Lo mejor del amor es amar y lo peor son las promesas.
No se entusiasmen. No vayan a creer que semejante idea salió de alguno de nosotros. Ni cerca. Nosotros, en una buena tarde (y buenas tardes no son todas las tardes), a lo sumo acertábamos en darnos cuenta de si un pibe era número 4 o número 8 o si, en los viernes de lluvia, a los córners desde la esquina izquierda convenía patearlos con la pierna derecha. Y con eso nos considerábamos semigenios.